Talleres del Secretariado Uruguayo de la Lana brindan opciones para que la lana no muera.
Catherine Sochara lidera un equipo que enseña a sacarle jugo a esta fibra con clases de tejido y telar que se dictan en todo el país, sobre todo en los lugares más alejados de las grandes ciudades.
Hubo una época en Uruguay, allá por los años 80, en la que se hablaba de 20 millones de ovinos, la lana valía mucho dinero y había unas cien fábricas de prendas de lana, tela y tejidos. “Eran las épocas de oro de la lana”, recordó Catherine Sochara que, por ese entonces, entraba a trabajar en el Secretariado Uruguayo de la Lana (SUL).
Había estudiado cinco años Química, pero por distintas circunstancias no se había podido recibir. Entonces decidió postularse para trabajar en el laboratorio de control de calidad del SUL. “Controlábamos desde la lana del animal hasta el producto terminado, todo. Y analizábamos la grifa australiana Woolmark, que aún existe a nivel mundial. Teníamos una licencia que se vendía a las fábricas de Uruguay. Es lo máximo que podés tener en calidad de lana”, detalló.
Pero un día las fibras sintéticas empezaron a invadir el mercado y la cosa cambió. No solo fue en Uruguay, sino en todo el mundo. Aquellos 20 millones de ovejas quizás lleguen ahora a siete millones y quedan apenas una hilandería y las fábricas de Manos del Uruguay, Ruralanas y Don Báez a nivel de trabajo artesanal.
Eso repercutió en el trabajo del laboratorio, que fue siendo cada vez menos al punto que hoy solo se ocupa de la parte de productores. “Se analiza todo lo que son los animales de cabaña, para la progenia y para remates, y después todo lo que es comercialización de lana. Un área está en Cerro Colorado y la otra está tercerizada con el LATU”, explicó Sochara.
Esa caída pronunciada en todo lo que significa el sector ovino llevó a que aflorara otra pata en la formación de esta mujer criada en Canelones: la del tejido y la lana. “Mi abuela, que vivía en campaña, tejía muchísimo. Mi madre aprendió con ella a cardar la lana de los colchones, sacarla, lavarla, tejer, destejer. Todas las técnicas y las manualidades estuvieron presentes en todas las mujeres de la familia. Pero nunca me imaginé que iba a poder llegar a involucrar eso de esta manera, transmitiendo lo que yo sé”, contó.
Catherine Sochara se refiere al trabajo que desde 2013 realiza dictando cursos en un acuerdo del SUL con Inefop (Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional). Es una forma de ayudar a todos esos hombres y mujeres que viven en el interior profundo y necesitan de una herramienta laboral para colaborar con el hogar.
La iniciativa comenzó tímidamente en Montevideo, acompañando otros cursos que ya dictaba el SUL y que tenían que ver con la capacitación para la esquila y el acondicionamiento. “Siempre fue uno de sus fuertes”, dijo. Así aparecieron los cursos sobre la fibra lana y el tejido artesanal. “Yo soy la encargada de ese curso y tengo un equipo de trabajo espectacular”, apuntó refiriéndose a Sonia Dávila, Lila Rodríguez y Estela Esquitín.
De gira.
Inefop decidió que las clases de Sochara y compañía debían recorrer el interior y es así que ya lleva dictados unos 70 cursos a un promedio de 15 alumnos por cada uno de ellos, tanto mujeres como hombres.
Los responsables de esquila y acondicionamiento de SUL ofrecen una charla de reconocimiento de vellones, la materia prima con la que se va a trabajar. No todas las lanas son iguales y no todas sirven para hacer todo. Una vez que eso se sabe, se pasa a las clases de tejido.
“Tratamos de fomentar nuevamente aquel oficio que era trabajar la lana, pero desde otro punto de vista, más afianzado a estas épocas. No se trata de hacer el poncho y la manta, sino aprender que la lana tiene muchos usos, que podemos seleccionar distintos tipos para diferentes usos y utilizar otras técnicas más rápidas, más lindas, que te entusiasman mucho más, como puede ser el fieltro o el teñido”, señaló Sochara.
Van tanto a las ciudades grandes como a los pueblos más chicos y alejados, donde las necesidades de una salida laboral son mayores. “Decirte que son lugares en los que puede pasar un ómnibus en la mañana y volver en la noche o quizás tener dos o tres veces por semana un ómnibus que los acerque a la ciudad más próxima o más grande”, señaló la profesora.
Algunos de los interesados son pequeños productores que tienen su majada y quieren aprovechar mejor su lana; otros son artesanos que trabajan en otros rubros y les interesa sumar el material.
“Les enseñamos desde el hilado en la rueca, que ya no es aquella rueca a pedal, más allá de que todavía las vemos, sino que está un poco más tecnificada. Le podemos poner un motor y vamos más rápido”, describió a El País.
También enseñan a trabajar sobre el vellón sucio. “Podemos incluir en la industria la lana bajo forma de top y ahí ya vamos acelerando el proceso un poco más”, apuntó.
Explican el proceso de teñido natural, muy afianzado hoy en día, en el que se apela a productos naturales para darle color al producto. “Tratamos de usar plantas de la zona donde viven los alumnos”, acotó.
Finalmente se enseña a tejer en distintas modalidades, buscando siempre escapar a lo convencional que son las dos agujas y el crochet. Por ejemplo, se dictan clases de telares: telares María, de clavo, de palillos… “Son telares muy antiguos pero que escapan a lo clásico”, dijo.
Son cuatro días de clases de ocho horas cada uno en los que se involucra toda la familia, incluso los niños más chicos. A ellos se les enseñan técnicas más accesibles como el fieltro, en la que no se necesita más que las manos para amasar, agua y jabón para preparar la lana para llegar a tener una tela. De esa manera se van familiarizando con la lana y las múltiples oportunidades que ofrece.
“Cuesta creer que van a aprender todo eso en cuatro días, pero una vez que empiezan se entusiasman de una manera que no se quieren ir. Les tenemos que decir ‘gente, son las seis de la tarde y se tienen que ir a descansar que mañana a las 9 tiene que volver’”, contó entre risas sobre estas clases para las que Inefop y SUL cubren todos los materiales y los alumnos se llevan el producto a casa.
FUENTE:EL PAIS